"Ninguna Parte”
Son las diez y media de la noche,
cuando al fin Harold abre sus ojos, advierte que ha salido del coma diabético
que lo confinó a la sala de cuidados intensivos por diez días, hasta que lo
trasladaron a la habitación 246. Sin esperar mucho tiempo, se desconecta de
todos los aparatos médicos. Se levanta de la cama. Se cambia de ropa y sale a
la calle visiblemente alegre por la puerta principal del hospital, no sabe
dónde ir, cuando súbitamente una niña con actitud muy vivaz lo llama; se comunica
y hace amistad con él, y le dice que lo tiene que llevar a un lugar.
Conduce a Harold a un sitio de comida
rápida, van, ordenan algo de comer y se sientan a la mesa; cuando de pronto a
la mitad de la cena, Harold se percata de que no ha pagado la cuenta, busca
afanosamente en su billetera algo de dinero o alguna de sus tarjetas de pago;
pero su esfuerzo es infructuoso, la niña jubilosa celebra: -¡Bienvenido a
“Ninguna Parte”!, -¡Bienvenido a “Ninguna Parte”!; aquí el dinero no tiene
ningún valor porque sencillamente no nos hace falta y le sonríe. Harold
pregunta: -¿Qué clase de lugar es éste donde no es necesario pagar, y además es
prácticamente tan igual a la ciudad donde vivo desde hace ya diez años?;¿Qué es
lo sucede aquí? ¿Acaso tú me estás tomando el pelo…? Harold se levanta de la
mesa, va a la caja explica su embarazosa situación, la cajera lo único que hace
es regalarle una sonrisa para después decirle que no se preocupara por esas
nimiedades. La cajera susurra al oído del encargado: -todavía el visitante no
se ubica en el lugar en que está, lo mira y le vuelve a sonreír.
Cuando salen del restaurante Harold
interroga a la niña: -¿Y tus padres dónde están?; y en ese preciso momento
ellos aparecen, y la llaman imperiosamente: -¡Alicia vente!; ella se marcha sin
despedirse de Harold. A todas estas, él repara que está justamente frente a su
carro, toca las llaves en su bolsillo, abre la puerta, se monta, lo enciende y
arranca… Da algunas vueltas por la ciudad, aunque ya es media noche, no
encuentra ni su casa ni tampoco su sitio de trabajo. Harold es arqueólogo del
Museo de Arte Antiguo, el que se encuentra justo en el polo opuesto de la
ciudad… Piensa insistentemente: “Debo encontrar a Alicia de nuevo, porque ella
sí sabe lo qué me está pasando”, lo repetía y repetía en su mente: ¿Ninguna
Parte?; ¿Qué será? ¿Dónde será?; ¿Por qué llegué a este extraño lugar? Harold
entra en una librería y hojea un mapa de “Ninguna Parte”, pero éste es igual al
de cualquier ciudad del mundo, hasta que cae en cuenta que hay detalles que la
hacían diferente a una ciudad normal como en la que él ha vivido en los últimos
diez años. Pensativo se monta en su auto. Continua dando vueltas por las
calles, hasta que logra reconocer el hospital donde ha estado en Terapia Intensiva.
Entra, pregunta con voz segura por Harold Gray en la recepción, y le indican la
habitación donde está hospitalizado; da las gracias como si no se tratase de sí
mismo. Se dirige a la habitación 246 y encuentra en su interior a los padres de
Alicia quienes hace dos horas lo habían interceptado cuando apenas había
escapado del hospital… ahora el padre de Alicia reacciona y le interroga con
tono altanero: -¿Cómo fue que lograste entrar a “Ninguna Parte”?. Harold
responde asustado: -no sé, pero ¿De qué se trata todo esto?, ayúdenme… por
favor, lo único que recuerdo es que me desmayé en la cocina de mi casa frente a
mi esposa y a mi hijo… pero por qué ellos no están aquí acompañándome, ¿Qué les
hicieron?; ¿Dónde están ellos ahora?; Si se trata esto de un secuestro
díganmelo se lo suplico, y de pronto Harold comienza a gritar desesperadamente:
¡Auxilio!, ¡Auxilio!, ¡me quieren matar!. Trata de tocar el timbre de
emergencia que está en el copete de la cama; pero la pareja se lo impide
bruscamente y le tapan la boca… Hay otra puerta en la habitación, la mujer la
abre y ambos empujan a Harold dentro, después de un fuerte forcejeo…
Al otro lado, por arte de magia, se
halló en otra realidad completamente diferente. Se encontró vestido de smoking
en medio de una gran recepción en el salón principal de una mansión
maravillosa, cuando en ese momento aparece Alicia, vestida de gala… y le
informa: -Hay alguien que quiere conocerte… Harold muy extrañado pregunta:
-¿Quién?, la niña responde: -pues, la Fiscal… Alicia lo conduce al salón
contiguo que tiene un sillón muy cómodo, donde una mujer elegantemente trajeada
y sentada mullidamente fuma un largo cigarrillo. Lo recibe dando unas
palmaditas al aire: -¡Bravo…! ¡Bravo…! ¡Bravísimo…! me encantó la forma de como
entraste a “Ninguna Parte”, podría decir que te encuentras en estado perfecto
de Buda, pero realmente no es así… porque si fuera así entonces ya no
existirías, pero definitivamente estás aquí interactuando conmigo y aunque este
lugar realmente no existe, estás aquí y eso es para mí lo más importante.
Harold estaba fuertemente cautivado
por la mujer que tenía enfrente. La Fiscal, es de rostro pálido y de labios
intensamente rojos y es de aproximadamente cincuenta años. Harold siente hacia
ella una suerte de muy fuerte atracción, no solamente por su belleza sino
también por lo imponente de su presencia. Imperturbable –la Fiscal- no cesaba
de fumar, elegantemente como es propio de una distinguida dama…
Entonces se dirige a Harold y le hace
una señal con las manos: -Acércate… más cerca… aun más cerca… hasta que Harold
como hipnotizado se aproxima y cae bajo su dominio, él, alelado, no sabe sino
preguntar: -¿Dónde están mi esposa y mi hijo?, a lo que la Fiscal responde:
-Eso ahora no es lo importante, solo quiero plantearte una propuesta. Hace un
preámbulo antes de formularla. -Si yo te explicara el mundo de mis
irrealidades, porque -te advierto- todo lo que estás viendo no es real; aunque
tampoco es una mentira o fantasía, ¿serías tú capaz de ayudar a “Ninguna Parte”
en el problema grave que padecemos? Harold respondió: -Yo estoy dispuesto a
ayudarlos en lo que me pidan, pero con una condición: que a mi esposa y a mi
hijo no le suceda absolutamente nada. Harold impaciente repregunta… pero
explíqueme, por fin de qué se trata todo esto…
La Fiscal cuidando sus palabras le
cuenta una confidencia: - Hasta ahora nadie sabe cómo apareció esta ciudad,
aquí no hay ni muerte ni tampoco vida, solamente estamos las irrealidades que
los escritores del mundo entero de todos los tiempos han ideado. Nuestra
identidad es completamente secreta y solo la conoce cada quien, aunque
pudiéramos haber sido personajes históricos, pero siempre atrapados en el
papel… aún no sabemos por qué estamos aquí, se interroga a sí misma la
enigmática dama, y continua con su plática esta vez bajando la voz, se nos ha
presentado un terrible problema: una irrealidad “indispuesta o maléfica” ha
cruzado el umbral y ahora nos quiere destruir desde allá, en el lugar desde
donde tú vienes. Tú eres el que ha sido elegido para ayudarnos, te necesitamos
porque muchas irrealidades se encuentran enfermas y otras están desapareciendo;
y eso nos amenaza a todos los de “Ninguna Parte”. Harold oye atentamente. La
maléfica irrealidad se está haciendo pasar por un dramaturgo y psiquiatra; y
está escribiendo obras de teatro una tras otra y haciendo terapia a gente
incauta de donde extrae los argumentos para sus historias.
Eso sí tú quieres –señala la dama-
solo si tú quieres ayudarnos, por ejemplo aquí tienes todos los personajes del
mundo de la literatura en esta fiesta… si te apetece… sal y disfruta de mi
banquete y de mis invitados… a esta altura de la conversación surgió en Harold
un montón de preguntas que las redujo a tres: ¿Cómo es que usted tiene tanto
poder?, ¿quién se lo otorgó?; ¿cuál mente humana la concibió? -Eso… mi querido…
-dice la dama viendo hacia el horizonte- permanecerá siempre en el misterio, lo
único que ahora te pudiera decir es que “yo fui la primera irrealidad que
apareció en esta ciudad”, hace mucho, pero mucho tiempo y estaba muy sola… y yo
he sido quien en mi calidad de Fiscal he ido poniéndoles las reglas de juego a
todos los pobladores de “Ninguna Parte” para hacerlos más felices, la Fiscal
acompañaba sus palabras con una seña de entre comillas que hacía con sus dedos.
Harold quedó conmovido con esa
historia y también con ese mundo lleno de disfrutes, desprovisto de
preocupaciones y sin ninguna necesidad de dinero; y con el goce de una vida tan
opulenta (Estar en “Ninguna Parte” es casi estar en Mónaco… cero pobreza, cero
obligación de trabajar; mientras en cambio Harold está acostumbrado a sus
excavaciones de arqueología, a su rutina y a su vida modesta…)
Esta vez Harold no salía de un
hospital, ahora salía de una hermosa mansión, rumbo a su hogar… llega hasta su
automóvil, lo enciende y se marcha, pero antes se pregunta: -¿Dónde? y de
repente nota que su auto va a quedar sin gasolina, se detiene en la estación
más próxima, pide que llenen el tanque, intenta arrancar, pero el empleado lo
detiene y le dice el monto a pagar; inmediatamente cae en cuenta de que ya no
está en “Ninguna Parte” y se pregunta a sí mismo ¿Cómo voy a pagar, si no tengo
ni un solo centavo?, de pronto advierte que tenía una billetera en el otro
bolsillo, la abre, encuentra algo de efectivo y varias tarjetas de crédito…
paga con un billete sin esperar el cambio.
Pero en vez de ir a su casa, retorna
al Hospital, se dirige a la habitación 246; nadie lo reconoció en el camino. Ya
en ella se da un baño y luego llama a la enfermera, cuando ésta lo vio quedó
sorprendida, él se encontraba en la cama sentado, con tan solo una toalla
amarrada a la cintura completamente desnudo el torso exhibiendo su cuerpo
atlético y desconectado de cualquier equipo terapéutico… Ella casi grita de la
impresión… Llama al doctor, quien a su vez se comunica con la esposa de Harold
(aparentemente el tiempo no había transcurrido).
Cuando vio a Amanda, se levantó, la
abrazó junto con su hijo de siete años… Lo primero que le manifiesta es que él
quería ir al teatro, o al cine o a una librería… este deseo extrañó mucho a
Amanda ya que esos no eran propiamente sus gustos, él era más bien un fan del
atletismo, un aficionado al deporte que otra cosa, más que un intelectual… pero
Amanda lo aceptó como algo nuevo, ya que no sabía de qué manera el coma pudo
haberle afectado… y le dijo: -Está bien mi amor… haremos lo que tú digas…
Mientras reflexionaba sobre “Ninguna parte” y la “Fiscal” pasaron varios días
hasta que egresó del hospital.
Él no sabía si el episodio vivido era
realmente una alucinación o algo parecido, ya que a pesar de ser un lugar que
no existe, todo era tan real… Cuando dejaban la habitación del Hospital
súbitamente nota que no está la otra puerta por donde había entrado a la
mansión de la Fiscal… Harold queda paralizado en medio de ella cuando entra,
inadvertidamente, una enfermera desconocida, le entregó una página de periódico
donde anuncia una obra de teatro en su último día de función, ella le comunica:
-Yo soy una “irrealidad protectora” junto con otras estamos aquí y hemos venido
para ayudarte, insisto… no dejes de ir esta noche a ver esta obra. Leyó el
título: “La Rebelión del Personaje”-.
Ya en la casa notifica a Amanda: el
primer día de mi convalecencia no guardaré reposo sino iré al teatro, tienen
una gran discusión por eso, hasta que Harold se escapa, saliendo por la puerta
trasera sin hacer el menor ruido… toma un taxi, llega tarde a la función, ya
que en la taquilla había un letrero que decía: AGOTADAS… pese que hacía frío
una pareja pasea un niño en un coche y cuando pasan frente a él, el niño dejó
caer un boleto: era nada menos que una entrada para la obra “La Rebelión del
Personaje”. Lo tomó, entró a la sala, y apenas alcanza a ver la escena final:
una mujer vestida de rojo, con el cabello negro y tez muy blanca, reclama
airada al dramaturgo que la creó:- ¿Por qué me hiciste asesina de mis propios
hijos? Yo no pedí ser inventada y no creo tampoco en la libertad… entonces toma
un arma y la descarga sobre él; cayendo simultáneamente muertos tanto ella como
personaje y él su propio creador. La gente aplaudió frenéticamente pero el
telón por razones obvias nunca subió, tampoco nadie salió a recibir los
aplausos por ellos, los asistentes fueron abandonando la sala desconcertados…
Cuando rápidamente Harold reconoce a
los trillizos veinteañeros que había visto en la fiesta de “Ninguna Parte”. Los
recuerda, claramente, que estaban en la mansión de la Fiscal jugando unos con
otros. Harold entendió que eran irrealidades que escapaban.
Los trillizos no percibieron la
presencia de Harold, mientras los ve alejarse, una acomodadora lo aborda:
-ellos son irrealidades que no son óptimas en sus funcionamientos y están de
parte del psiquiatra, debes cuidarte, a ellos se les conoce como los trillizos
“Malva”. Extiende la mano y le entrega: -aquí tienes la tarjeta de presentación
del psiquiatra, ve a verlo, dile que tienes insomnio y las pocas veces que logras
dormir has soñado con muchos ángeles,
serpientes, así como también con la muerte…
Harold pide una cita con el doctor
Alan Picaporte, la irrealidad que quiere destruir a “Ninguna Parte”. El
consultorio queda en un anexo de una quinta situada en la zona “bien” de la
ciudad. Atiende el teléfono una recepcionista extremadamente educada y fina, a
Harold siempre esas cualidades le llaman poderosamente la atención. Le comenta
a su esposa acerca de la cita. A Amanda le parece bien que vaya al psiquiatra.
Después de superado el coma, ella ha
notado que él se ha comportado extrañamente. Su esposa ha tratado de entablar,
en algunas oportunidades, un prólogo sexual, más que todo de puras caricias,
pero Harold la ha rechazado diciéndole que todavía no está preparado para el
sexo… Ya en la terapia Harold hace memoria y solo recuerda el sueño sobre la
muerte, cuenta al médico que padece de insomnio y que las veces que duerme
tiene pesadillas frecuentes con la muerte. Al momento, Alan Picaporte pregunta:
¿La Muerte?, ahh… que interesante, se reclina sobre el espaldar del asiento y
continúa: -conocí a alguien que me enseñó mucho sobre ella hace ya mucho
tiempo; ¿Quién? preguntó Harold de inmediato; el psiquiatra le respondió un
tanto tenso que no podía darle ninguna información sobre su vida privada ya que
con ello haría una transferencia, además de cometer una indiscreción
profesional, y que lo disculpara por haber hecho ese comentario… el psiquiatra
le prescribió un somnífero y decretó, con la seguridad divina conque suelen
hablar los médicos, que con ese medicamento se le quitarían las pesadillas.
Apenas Harold abandonó el consultorio,
el psiquiatra sacó una foto que tenía escondida en el fondo de una gaveta, en
la que está él con la Fiscal, ambos abrazados y muy sonrientes en una fiesta…
luego vuelve a esconder la foto… Sale de su consultorio y ordena a su
secretaria: ¡vayámonos! Dejan todo cerrado, hacen desaparecen todo tipo de
identificación externa.
Harold va camino a su casa cuando
decide retornar al consultorio pero de vuelta no lo ubica, no es sino después
de muchas vueltas que cree haber llegado a la quinta donde queda el anexo, se
baja, toca el timbre y abre la puerta una anciana, quien de seguida pregunta:-¿Qué
quiere mijito?; -Estoy buscando al doctor Alan Picaporte, ella le responde: -
Señor creo que está equivocado, aquí no vive ninguna persona con ese nombre.
Harold contesta: -Yo no digo que él viva en esta casa, pero él tiene un
consultorio psiquiátrico que funciona en este anexo. La viejita explica que ese
lugar es tan solo un viejo depósito…
En ese momento Harold arranca a
sollozar lamentándose: me estoy volviendo loco, por qué me habré comprometido
con la Fiscal para salvar a “Ninguna Parte”, y en ese momento la ancianita se
convierte súbitamente en una hermosa adolescente que se dirige a él afirmando:
Una lágrima de un ser humano era lo único que podía salvar a “Ninguna Parte”.
Hoy hay mucha gente que ya no llora.
El amor en muchos se ha enfriado y la realidad está invadiendo aceleradamente
por desgracia a “Ninguna Parte”, muchas irrealidades han desaparecido sin
explicación, cuando por lo contrario ha debido ser “Ninguna Parte” la que
colonizara a toda la realidad. -Yo soy la hija predilecta de la Fiscal mi
nombre es Sophía y conozco todos sus secretos afirmó la adolescente: ¿Qué
quieres saber sobre ella? Harold se pone ansioso y le pregunta: -Quiero saber
qué personaje encarna ella. Sophia le respondió rotundamente: la Fiscal no es
otra que la muerte… Harold asintiendo la cabeza contesta: -Ahora lo entiendo
todo, al instante se oyen unos pasos de mujer es la Fiscal que hace su
aparición en el pequeño recibidor dirigiéndose a él: -¿Ya entiendes Harold por
qué soy la más poderosa? Ni siquiera Dios puede escaparse de mí señalando a un
crucifijo que está en la pared; aunque a veces me pregunto ¿Quién me trajo
aquí, sería acaso el mismo Dios?; Él es el único que puede destruirme... Como
podrás darte cuenta una irrealidad no puede tener mucha fe… el único sentido
que le encuentro a todo esto es el de una de celebración, porque cuando una
irrealidad desaparece de “Ninguna Parte” es como si muriera y eso, aunque
existiendo… no existamos… nos parece raro o insólito. La estrategia es arropar
a la realidad con toda la fantasía de “Ninguna Parte” y así hacer que todo sea
mejor, como en el paraíso terrenal antes de la caída, para explicártelo de
alguna manera… dice la Fiscal arqueando su ceja derecha: ¿Te gusta?... ¿Te
gustó?... y así mientras esperaba su respuesta enciende un larguísimo
cigarrillo…
Para este momento ya la Fiscal está
besando a Harold en la boca, hasta que él comienza a desmayarse, pero cuando
abre sus ojos se encuentra en la habitación 246. Ahí están sorpresivamente los
trillizos “Malva”, el psiquiatra Alan Picaporte, su secretaria, los padres de
Alicia. Todos a la vez le interrogan como si fuera un acusado: ¿Qué te dijo la
Fiscal?; ¿Quién es ella y por qué es tan poderosa dentro de “Ninguna Parte”?,
¿Qué interés especial tiene sobre ti? Harold adrede se desconecta mentalmente
ante el asedio de las irrealidades rebeldes, él se había enamorado de la Fiscal
y su proyecto; y prefería antes morir que traicionarla, aunque advierte que de todos
modos va a morir, se pregunta: ¿los seres humanos irán al mismo sitio donde van
las irrealidades?, Harold intentaba darse una respuesta: -seguramente no… somos
entidades diferentes.
Harold pese al acoso de los intrusos
logra tocar el botón de emergencia, y al instante en que todos desaparecen él
va cayendo desmayado al suelo… Al volver en sí, se encuentran ante su esposa
Amanda, su hijo y otros familiares.
Una junta médica del hospital
determinó que Harold debe ser internado en un psiquiátrico. Su esposa lo
consuela diciéndole : -No te preocupes mi amor… te visitaré cada domingo y te
traeré tu comidita preferida apta para diabéticos… mientras tanto ocúpate de
hacer todo tipo de manualidades, de cositas con las manos a manera de terapia.
Afuera un flamante automóvil espera a
Amanda: Es Alan Picaporte. Ella sale apresurada. Se dan un beso en la boca, el
hijo de Harold se lanza en los brazos del psiquiatra y dramaturgo: ¡papá, papá
tu eres mi papi…! En la clínica psiquiátrica, se oyen los pasos inconfundibles,
es la Fiscal quien dirigiéndose a él le plantea un dilema: -Puedo darte la
oportunidad de vivir o morir: ¿Cuál de las dos opciones prefieres? Harold
responde: -lo único que quiero es renunciar a esta realidad y convertirme en
uno más de ustedes y seguir luchando por la causa de que la irrealidad
sustituya a la realidad… En esta oportunidad, la Fiscal lo abraza como haría
una madre y le dice: -tranquilo hijito, que esa diferencia no es tan profunda y
tajante como a ti te parece, tú siempre fuiste una irrealidad más, lo que pasa
es que la mente que te inventó te hizo tan perfecto que inclusive hasta la
muerte se ha enamorado de ti, tú eres nuestro camino a la vida y a la
supervivencia, pareciera que Dios sí existe ¿Acaso no te parece? Bueno,
tranquilízate y renuncia a la realidad y de esa manera podrás entrar a “Ninguna
Parte” y esta vez será para siempre. Al momento viene una enfermera y le
anuncia: -Señor Harold ha sido dado de alta-.
La Fiscal ya le había prometido que se
irían a su mansión a disfrutar de las maravillosas fiestas que ahí se
realizarían. Al llegar todos les hacen la venia… los presentes eran seres
humanos que habían renunciado a la realidad y habían decidido entremezclarse
con irrealidades aun más verdaderas… parece que esta historia nunca terminará…
Escrito por Juan Carlos Martín Rojas